segunda-feira, abril 30, 2007

La saGesse des poissons

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Yo soy divinísima (y muy princesa) porque sé ver arte en un hippie-contra-globalización que calza zapatillas Nike con cámara de aire. Pero ante todo destaco por mi alegría y desparpajo a la hora de escoger prendas de abrigo.
Cuando éramos pequeñas mi hermana y yo teníamos sendos abriguitos de falso pelo blanco. De oso polar, que decía yo. Con majísimos cuernecitos a modo de botón. Cuando el mío se me quedó pequeño lo heredó mi prima Silvia (porque era tan bonito que si intentabas tirarlo los Dioses lanzaban una maldición sobre tu cabeza y tu sentido del gusto). Yo, a su vez, tomé en posesión el de mi hermana (y ella se quedó sin abriguito).
Hace poco que lo encontré en casa de mi abuela. Tan pequeño que le quedaría escaso a un ratón; con el forro de los bolsillos agujereado tras años de soportar pacientemente chicles, caramelos y alguna que otra rana.
Hace unos años se metió en mi cabecita-loca la idea de un abrigo tipo Lara-Croft-heroína-de-videojuego. E hice a mi madre recorrer tiendas y tiendas hasta que dimos con uno que de Tom Raider tiene poco, pero que es ideal y muy-de-las-SS-alemanas-pero-sin-banderita. Como de Rita Hayworth que va a animar a las tropas a Corea.
Paseando por el mercadillo de mi pueblo encontré un buen miércoles, olvidado entre cientos de trapos y mandiles grisáceos desteñidos, un preciosísimo chaquetón de pelo morado y manga-tres-cuartos. Pagué un mísero precio por él y lo protegí del frío y de la lluvia en mi armario, para que luego me protegiese él a mí (como quien saca a un niño brasileiro de las calles con el fin de que luego le siga fielmente por los senderos de la moda).
Mi último capricho ha sido un majestuoso abrigo de paño negro, adorable híbrido entre Jackie Kennedy y el soldadito de plomo. Con botones plateados grandes y brillantes como luceros, que si me lo pongo parece que he venido de los 60 a deciros que John Lennon morirá, que no podréis hacer nada por evitarlo y que, por mucho que nos esforcemos, el cielo seguirá siendo siempre azul.
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Mis ojos ven a una compradora-Chanel-compulsiva.
Mis oídos escuchan "Onde você se esconde", Netinho e Ivette Salgado.

sábado, abril 28, 2007

the flamingo's tongue

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De amor mi amado me habla.
De sal, aceite y tacón.
De su nariz sobre mi nariz.
De flores que caen al suelo.

De vestidos que jamás me pondré.

De amor mi amado me cuenta.
Transparentes palabras que escucho escondida entre las rocas.
Vocablos de violenta paz y silencio.
Arena de fina ilusión y sufrimiento.
Estupefaciente saliva de textura lavanda.
Susurros de corazón, azúcar y brillantina.

De amor mi amado me dice.
Como quien no quiere la cosa.
Incandescente pasión que jamás se apaga.
Opaco baho en la memoria.
Arañas entre sábanas de hilo.

De amor mi amado me narra.
De uno que no existe, que no puedo sentir.
Como el ave que escapó del nido,
jurando con palabras olvidadas regresar algún día.

De amor mi amado me ama.
De amor mi amado.
De amor.

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Mis ojos ven un cartel publicitario de los años 20.
Mis oídos escuchan (y les recomiendan) "Over yonder", de Steve Earle
Mi nariz dedica esto a
Ingle y a Loredhi. Que hicieron que escribiese esto en un día de primavera.

sábado, abril 21, 2007

my fair lady

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No soporto a las personas enfadadizas. Y soporto mucho menos a los locos-enfadados que se dedican a gritar y zarandear a todo inocente que se les acerque a menos de cuatro kilómetros de distancia. (Si el que se acerca es culpable ya no me molesta tanto)

Conozco a mucha gente así, de esas que te hacen pagar a tí las deudas de los demás. Te chillan porque están estresados, les duele la cabeza o simplemente odian al vecino de enfrente.

¿Acaso esas personitas no son conscientes de que tú no tienes la culpa de su cutre-desgracia? (Porque suelen ser desgracias de mercadillo, la gente que padece de verdad no berrea, sino que se sienta en un rinconcito a lamentarse ¡ay-qué-desgraciadito-soy!)

Cuando me cruzo con alguno de esos personajes irritados (e irritables) me tengo que contener para no aplaudirles en la cara o escupirles a los pies (en la cultura del Islam la saliva frente a los piececillos es el peor insulto posible). Pero después imagino lo triste que debe ser estar frustrado; y les compadezco; y maldigo a aquel, aquella o aquello que hizo a sus neuronitas exhaltarse; y tras una sonrisa de sandía de me-importa-un-pimiento me alejo como-quien-no-quiere-la-cosa silbando una alegre melodía que hace que se enfaden aún más y se les erice el vello de los brazos.
Entonces miro hacia atrás y les veo, con los ojos haciendo chiribitas y el humo-de-tren-de-los-años-veinte saliendo al son del tuuuu por sus orejas; envidiando hasta el orgasmo mi felicidad. Y ese es, muy señores míos, un cuadro que me encanta.

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Mis ojos ven a una pareja más arte que pareja: Marilyn Manson y Dita Von Teese.
Mis oídos escuchan "Fidelity", de Regina Spektor.

sábado, abril 14, 2007

Si tú me dices ven

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Sentadita de piernas cruzadas sobre la cama, arrugando la rosa colcha y contemplando mis zapatos, alineados contra la pared, me dí cuenta. Esos mismos tacones que me miran con carita de ¡qué-bonitos-somos! jamás dejarán de servirme. Mi hormona somatotropa casi casi ha dejado de actuar (los médicos dicen que a los 20, yo digo que no-se-sabe) y mis pies ya no superán su 38 actual, así como mi estatura no dejará atrás el (¡oh, Dios mío!) metro sesenta.
Pero, ¿en qué momento se supone que entramos en la edad adulta? La gente se casa, se embaraza, compra casas y coches a gogó (normalmente lo hacen porque pueden y suponen que ya es hora de ello). Y mi cabecita se pregunta si eso es ser adulto.

Me imagino algún día levantándome de entre las sábanas de hilo y percatándome así-de-golpe y porque-yo-lo-digo de que la adolescente ha quedado atrás durante la fase REM. Me veré obligada a dejar de lado mi vestidín cortito, que quedará guardado en un baúl hasta que alguna de mis hijas la encuentre y llegue a la conclusión de que la-moda-es-cíclica-y-esto-es-un-vintage-monísimo. Las diademas rojas con topitos blancos (que son muy flamenco-chic) se convertirán en imponibles y sólo me quedará el placer de comprar zapatos y taconear sin-ton-ni-son a lo largo de infinitos campos de sandías tan coloradas como el recuerdo de una adolescencia feliz y artística.

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Mis ojos ven una tienda de zapatos vintage en Londres y mi mente decide que no puedo morir sin dejar de visitarla.
Mis oídos escuchan "El lobo me espanta", Fito&Fitipaldis.

domingo, abril 01, 2007

Vísteme despacio que tengo prisa.

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Mi tía (tía-abuela) Concha tiene 95 años y fuma dos cajetillas al día (hace algunos años Ducados, ahora “descafeinado”).
Es tan viejísima que cuando nació las niñas cantaban “¿Dónde vas, Alfonso XII?” mientras saltaban a la comba, y si les preguntabas quién era ese tal Alfonso contestaban alegremente: “el padre del actual monarca”.

¿Dónde vas, Alfonso XII; dónde vas triste de ti? Voy en busca de Mercedes, que hace tiempo no la vi. Ya Mercedes está muerta, muerta está que yo la vi, cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid

El hermano de Concha, consagrado galleguista (que en la realidad era más elitista que otra cosa), era íntimo de Castelao (que tampoco era tan Galiza-ceive); y ambos se sentaban a tomar café bajo la atenta mirada del generalísimo, que observaba (y todavía observa) desde un plato de porcelana sobre el marco de la puerta. Justo al lado del piano de teclas de marfil que la joven tocaba armoniosamente.

Pero Concha, a pesar de ser mujer de derechas, no podía negar su espíritu feminista. Montaba a horcajadas, iba en bicicleta o a lomos de un burro, fumaba y bailaba con quien quería (imagínense todo esto en 1925).
Eran cientos los pretendientes que intentaban seducirla, tal era su belleza. Pero ella los rechazó a todos y acabó casándose demasiado mayor para sus tiempos con un franquista cascarrabias varios años mayor que ella que le prohibió el tabaco y le dio un hijo a una edad a la que ahora se consideraría parto de riesgo.
Cuando su esposo murió Concha desenfundó de nuevo la pitillera de plata y comenzó sus andaduras por Europa. Roma. París. Londres.
Educada en el más estricto catolicismo, Concha jamás dejó de rezar el rosario en latín; y gracias a ello mi madre (que era la única que sabía contestarle las letanías en el idioma del Papa) viajó con ella todo y más.
Ella, su hijo, su sobrino y mamá recorrieron los más brillantes hoteles y los mejores restaurantes. Porque dinero no sobraba.
De hecho a Concha le tocó dos veces la lotería. La primera vez, cuando la llamaron para decírselo desde la administración que le vendía religiosamente los boletos, no se lo creyó e hizo ir al mismísimo director a notificárselo.

Mujer de armas tomar, lleva años quejándose de una decrepitud que no era tal (ahora sí lo es). “No soy capaz de moverme”, mientras paseaba tranquilamente.“No veo” y veía. “No oigo” y, efectivamente, no oía.
Mal genio.
Cuando la novia de su nieto la felicitó por su 93 cumpleaños se limitó a contestar: “Sí. Ojalá llegues a mi edad como yo. Vieja, sorda y ciega”.

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Mis ojos ven a una Concha de 24 años, en un retrato que envió a uno de sus pretendientes, militante del bando nacional.Mis oídos escuchan “Amapola”. Bebe y Albert Pla.