sábado, outubro 21, 2006

Safari

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Perdí mi rotulador verde, ese que pinta suavecito, el que uso para subrayar el Vogue (sí, soy así de patétita). Y ante la angustiante idea de no volver a verle más, me dispuse a investigar y revolver todos los cajones de la casa hasta dar con mi preciado tesoro. Como una no es tonta, la primera persona en la que pensé fue en mi maravilloso hermanito tócalo-todo.
Y caminando despacito, armada con un afilado cuchillo y mi rifle favorito (ese que es de color rosa bebé), me adentré en el hábitat natural de ese fascinante -a la par que peligroso- ser: el niño pequeño.
En aquel estupendísimo lugar topé con maravillas que ya hubiese querido para sí Marco Polo. Millares de piezas Lego de todas las formas y tamaños, con sus protuberancias cilíndricas más cilíndricas y más protuberantes que ninguna vista anteriormente. Hordas de Action-Man mutilados, heridos de guerra al cuidado de unas bellísimas y rubísimas enfermeras Barbie que se paseaban en cueros por el improvisado hospital. Rotuladores de todos los colores, formas y tamaños (pero ninguno era el mío y además ninguno pintaba). Gomas de borrar que en lugar de borrar pintaban. Y millones de tesoros más que simplemente son indescriptibles.
Enseguida descubrí que en aquel fascinante lugar decorado con pósters de los Chicago Bulls habitaba una tribu un tanto peculiar: los soldaditos de plástico verde-militar. Al igual que las abejas, esta comunidad se dividía en estratos sociales: estaban los "reptadores", que siempre iban arrastrándose; los "apuntadores", que lejos de esconderse cerca del escenario en las obras de teatro clavaban el ojo en la mirilla de sus flamantes pero verdes armas de fuego; los "observadores", que jamás despegaban de sus globos oculares los prismáticos; y el grupo más numeroso, los inválidos, veteranos de guerra cuyo verde empezaba a palidecer, la mayoría privados de alguna de sus extremidades -o incluso de la cabeza-.
Las rodillas me temblaban con tan sólo imaginar una lucha contra aquellos salvajes, que intentarían descuartizarme usando para ello sus cortantes bordes. Pero no podía abandonar a mi rotulador; de modo que continué avanzando. Poco a poco me fui aproximando a la mesa de noche del chamán de la tribu, aquel que yo consideraba mi hermano. Y tras numerosos intentos de abrir el cajón mis fuerzas vencieron al mueble y éste me mostró sus maravillas. Docenas de miles de cromos, grapadoras y demás material de oficina anteriormente posesión de mi hermana, algún que otro caramelo derretido y... mi rotulador verde!
...
Mis ojos ven a Osa Johnson, exploradora
Mis oídos escuchan la 6ª sinfonía de Beethoven, la mejor música para irse de safari

3 comentários:

Dave Aiman disse...

yo en ese caso seria el peligro pues soy el menor en casa...y ciertoe s k le e exo ams de una a mi querido ermano mayor...Genial historia!

Morgana disse...

Que particulares seres llamados "hermanos pequeños"...

Genial Nüsh

Eva disse...

Menos mal que lo recuperaste!!! Jeje.
Mua!